Wednesday, July 06, 2016

Los síntomas físicos

Aunque me he centrado en contaros los síntomas emocionales y mentales que he padecido durante estos últimos meses, no puedo olvidar el otro tipo de síntomas que padecí, los físicos.
Es posible que estos síntomas fueran los más evidentes pero, aunque también me preocupaban, eran un mal menor comparados con los otros.


Por desgracia, no eran sólo un par, sino un cúmulo de pequeñas cosas que juntas minan la moral de cualquiera. Lo primero que noté fue una ansiedad por el dulce, sólo quería comer chocolate, bollería…, lo comía a todas horas, me apetecía desde que me levantaba hasta que me acostaba, y no me levantaba a por más porque estaba muy bien durmiendo. La sorpresa me la llevé cuando después de un mes así, me subí a la báscula y, ¡sorpresa!, había perdido 10 kilos. ¿Cómo era posible perder tanto peso comiendo dulce y guardando reposo por mi lesión de espalda? Me preocupé y fui al médico, no pensé que podía ser depresión sino que, por la medicación, algo de mi organismo se había trastocado. Me hicieron analíticas y, sorprendentemente, fue la mejor analítica en años, hasta el colesterol me había bajado.


Luego fueron las manchas en la piel. Parecían unos pequeños moratones pero al darles el sol se convirtieron en quemaduras. Todas me salieron en el lado izquierdo, mano, brazos, cara… Probé todo tipo de cremas, pomadas… pero, nada, a día de hoy ahí siguen, no tan llamativas como lo fueron pero ahí están. La piel clamaba a gritos que algo iba mal. Y me di cuenta de que se me caía el pelo, mucho pelo. Me fijé y mi cabeza empezaba a clarear por algunas zonas. Aunque tengo el pelo fino tengo muchísima cantidad o, al menos, así era. Ahora era todavía más fino y no había tanta cantidad como solía, por no hablar de que las canas se multiplicaron.




También tuve una fase en la que la comida me daba asco, sobre todo, la carne. Era verla y sentía náuseas. Sólo me apetecía beber líquidos, principalmente agua, y que estuviera frío. Empezaron los mareos, normal si no comes bien. Me salieron llagas en la boca, herpes labiales y tenía muchos gases. Comenzó a dolerme el estómago, tenía ardor constantemente, las náuseas continuaban, orinaba cada vez más y el olor era desagradablemente fuerte. Y las manos seguían hinchándose por la mañana. Toda esta sintomatología fue aumentando, aparecieron los calambres, tanto en la espalda como en el estómago, y, cuando volví al médico, me esperaba otra sorpresa, tenía una úlcera estomacal.


Comencé el tratamiento para la úlcera y una dieta que me ayudara. Dieta que tuve que abandonar al poco tiempo porque en la siguiente analítica de sangre la tiroides salió un poco alta.


En cuanto a mi aspecto físico, además de que no me apetecía nada arreglarme, las ojeras y palidez de mi rostro proclamaban a los cuatro vientos que no estaba nada bien. Sin olvidar los sudores fríos que no podía evitar.


Todavía arrastro secuelas de esa etapa, las manchas siguen ahí, la medicación para el estómago, que era puntual para combatir la úlcera, se ha convertido en crónica, el cabello va algo mejor y, en cuanto al peso, por mucho que intento comer bien y hacer ejercicio (dentro de la limitación de mi lesión de espalda) sigue estancado desde hace dos meses. Perder los kilos que me sobran parece una misión imposible.


Y aquí lo dejo por hoy, espero no tener que aumentar esta lista de síntomas físicos y solucionar del todo los existentes. Por el momento, creo que voy por el buen camino y pronto os contaré cómo lo estoy consiguiendo.

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